jueves, 9 de enero de 2014

La calma también es perseguida por la tormenta

No son demonios, mi monstruos, ni siquiera lobos hambrientos enmascarados tras el humano que malvive tras suyo. Somos nosotros mismos. Derribados los muros de contención, soy una contraseña inútilmente codificada y estúpidamente resuelta. Y la ola de cambios colisionan contra mis edificios, ¿y dentro? Ha caído Wall Street, y mi coherencia con todas sus acciones perdidas se tira, se lanza al vacío desde el tejado más alto.
Contra esa marea irrefrenable no puedo resistirme, si dejo que me engulla y que me arrastre me habré levantado para dejarme sentir el impacto contra mis pulmones. Mis palabras y las tuyas son caníbales, y no precisamente entre ellas. 
Las víctimas padecen ante sus propios espejos, mientras los muertos vivientes agonizan porque nunca son suficientes. 
No prometo el mundo que imagino, no quiero jurar ante nada más. 
Y me transformo en otro zombi más, ignorante y estúpido, con un destello tras sus ojos tan opaco que anula su existencia. Me confunde hasta mi propio mundo imaginario, sospecho que quieren desterrarme, otro complot. Y me encerrarán en un limbo lejano, tan remoto que hasta quizás mi subconsciente parecerá volverse coherente en tal ominoso lugar . 
Y pretendes arreglarme ahogándome un poco más de manera inconsciente.