sábado, 23 de agosto de 2014

Mis maletas no se llenan con objetos, se llenan con recuerdos.

Toronto permíteme escribirte y contarle al mundo tu secreto.
Perdóname pero quiero empapelarme el alma con tus fotografías y pintarme los sueños con tu gente, con sus miradas rellenas y sonrisas reflejadas en la lluvia que siempre termina por caer pero nunca decide quedarse demasiado tiempo.
Entras en mis formas de libertad favoritas y en mis memorias más nítidas. Tú no lo sabes, pero con tus horarios seis horas por detrás y tu olor a libro de domingo por la mañana te has convertido en mi verano favorito. Pero solo porque tus aceras también han sido testigos de haberme visto caerme unas cuantas veces, romperme despierta y gritar callada mientras caminaba con algo de Brand New resonando a través de mis cascos.
Nos hemos acabado enamorando solo por el hecho de que seguimos siendo en parte todos desconocidos con un pasado perdido en común, y así, a lo tonto el tiempo ha acelerado y volvemos a encontrarnos con la peor parte, y es cuando temo perder todos los papeles en un día tormentoso, me da miedo que el viento os lleve, que el otoño y su color fuego os haga arder, que llegue diciembre desnudo y me desnude a mí también. Que me vuelva a comer viva Madrid, que mi ventana me devuelva la mirada, que mis estudios vuelvan a asaltarme a las tres de la mañana, y que mis conocidos, a los cuales desconozco por completo, me reflejen con sus rostros vestidos con los días que pasan y nunca cambian.
Así que vamos a tener que coger nuestros recuerdos meterlos en el equipaje y llevárnoslos a casa.
Amigos, aquí se quedan las canciones, los viajes en direcciones opuestas en líneas de metro con color diferente, en minutos entre estación y estación, en bolsillos vacíos y cafeína en vena a cambio. Los gastos sin sentido, los viajes “biengastados” en buses cuya dirección desconocíamos, por dar vueltas y perdernos en alguna calle de Oxford Street, por los conciertos de bandas que nadie conoce en medio de Dundas Square, por las risas que te duelen tanto que te acaban recomponiendo todos los pedazos que alguien dejó rotos en nosotros. Por vuestros nombres en todas las fotos que tengo en mi cabeza y lo extraño que se me va a hacer no poneos un mensaje y quedar en una hora en el centro de la ciudad, por echar de menos vuestros “mañana nos vemos”, por volver a encontrarme otra vez en el último día y en alguna que otra despedida de más. Personas en quien confío por no haberles conocido, me da angustia que vuestros recuerdos se escondan también en esta ciudad y temo aun más que se acaben perdiendo y olvidando el camino de vuelta.
Curioso como actuamos como si hubiésemos vivido en las películas de cada uno como si fuésemos un personaje de los importantes, cuando solo somos extras, y por no quedarnos solos ni vacíos, mentimos y reflejamos una vida paralela con rostros diferentes.
Canadá, déjame robarte un poco más de ti y llevármelo para siempre conmigo que creo que aun me cabes en la maleta que llevo por dentro.

viernes, 1 de agosto de 2014

Todos los veranos se entierran a finales de noviembre

Las mejores historias se escriben sin saber que serán escritas, sin saber que algún día llegará cualquier desconocido para ponerle el punto y final. La inspiración llega mejor con lágrimas en los ojos, ya sean de puro odio o de envenenada felicidad, las mejores palabras tiñen las hojas con los horarios desordenados y no de golpe. Y cada día, de estación en estación, un poco más, un poco menos, un inicio de más y un final de menos:
Me gusta darle un sentido profundo a cada detalle superficial, e inventarme películas interminables con ellos. Puedes ser el instante atrapado en la estela que deja el segundo, el obstáculo que dificulta las horas y la lluvia que ahoga los días enteros, consumidos desde un tren a las primeras luces del ocaso, al nacimiento del atardecer. Tú puedes jugar a serlo todo, no te preocupes, yo te dejaré. Invirtamos el presente para no tener que colisionar contra el futuro ni colapsar con el pasado.
Tranquilo, no has sido el primero en romperme el corazón, sin embargo sí has sido el primero en hacerlo a sabiendas.
Quise llenar mis palabras de silencio y sin quererlo me he visto convertida en el significado que da una mirada vacía, fuimos humo. Quise imaginarte a base de metáforas para no tener que hacer a tu alma un símil  con la mía, por miedo, no lo sé. Quise crearte en cada pedazo que se escapa de un pensamiento expirado, te recorrí con historias reinventadas para evitar el tener que empezar de cero.
No fuiste uno de mis comienzos, sino protagonizaste uno de mis múltiples finales, de esos que te encuentras enfrentado contra tu propios recuerdos. Quise ser solo presente.
Y aquí nos volvemos a ver las caras. viejo yo escondido tras el calor de agosto, otra vez al principio, ¿eh? Típico final pero sin gatos.
¿Cómo hacemos para quedarnos siempre a solas agosto y yo? Agonizantes los dos, terminales, moribundos, en un último atardecer desangrado. Y la sangre, la tuya y la mía, al parecer ambos tenemos demasiada, tráfico en la antigua autovía donde las emociones se atascan cada madrugada a las tres en punto, volviendo siempre de la gran ciudad.
Respira mi tristeza y ahoga mi insomnio ocasional, ese que a veces se acuerda de mí también y viene a lanzar rocas a mi ventana abierta.
Y de nuevo el frío que te revienta la cara al salir a la calle, y las miradas caleidoscópicas de la gente, y el asfalto ebrio, y el olor árido, y las sonrisas de los bares a medianoche se pierden con nosotros. Y tú, amigo mío, has empaquetado todo esto, has venido rellenando cada resquicio de mi verano y lo has enterrado todo a tres metros bajo tierra. Nos has enterrado vivos y sin plano de vuelta.
Porque al final, eso somos las personas, veranos nostálgicos (enterrados) a finales de noviembre.