Tiene que quemarte por dentro, debes arder y sentir como
estalla en tu interior, las lenguas de fuego han de acariciar cada centímetro
de tu cuerpo. Tienes que sentirte de mil veces a la vez, el peso del cielo
quiere desmoronarse sobre tu cabeza mientras que por dentro el árido desierto
ha querido instalarse ahí dentro, y quiere quedarse rato, porque ha pagado el
alquiler. Aclarando que todo se te viene encima, y tienes los lujos de sentirte vacío. Y aún te atreves a pretender entender, a cuestionar si es posible sentirse así.
Pequeño ser humano irrelevante a ojos del resto de
habitantes del gran mundo, ¿piensas de verdad que solo tú te sientes al borde
del comienzo de lo desconocido?
Podrías ser la primera página de cualquier novela cuyo
lector no se ha parado a pensar que la historia morirá algún día, eres la hoja
acre que cree ser la única que cambia y cae, deberías ser el último ocaso del
año imaginando que no habrá más.
Pero hay más libros, y hay más hojas que lloran en otoño, y
hay más atardeceres asesinados a final de cada año.
Caminaste el otro día, y como cualquier otro, decidiste
mirarte en el reflejo de un escaparate, te prometes ser un poco menos ordinario
y al final es contrario el efecto. Caminaste bajo las tormentas de finales de
mayo, pensando de nuevo en saltar y guardar experiencias bajo tierra, pensaste
en el futuro, y por qué no, en todos los errores mal solucionados olvidados en
el buzón de voz. Casualmente era de noche cuando decidiste poner la canción con
mayor concentración de melancolía y te atreviste a pensar que querías ver al
resto de irrelevantes caminantes en tu lugar.
¿De verdad seguimos creyendo que somos los únicos que
pensamos lo que sentimos, y decimos lo que mentimos?